Mujeres en la Historia. Tiempos de Revolución y Anarquía
La Revolución de Mayo es un hecho decisivo en muchos órdenes, a tal punto que la mujer comprende inmediatamente que también para ella se abre una época distinta, plena de posibilidades hasta entonces insospechadas. Siente que a partir de estos momentos es mucho lo que depende de su propia conducta. El recuerdo de lo ocurrido durante las invasiones inglesas está presente y ellas se sienten capaces de dar sus esfuerzos a la nación que se está gestando. Sin embargo no son muchos los hombres ilustres que se dan cuenta del papel que están llamadas a desempeñar estas mujeres por esos años revolucionarios. Manuel Belgrano es, quien desde su puesto en el Consulado, propone medidas para el mejoramiento del sexo femenino, “sexo en este país, desgraciado, expuesto a la miseria y desnutridez, a los horrores del hambre y estrago de las enfermedades que de ella se originan: expuesto a la prostitución, de donde resultan considerables males a la sociedad, tanto por servir de impedimento al matrimonio, cuanto por los funestos efectos con que castiga la naturaleza este vicio” (Mitre, 1960:67).
Este clima de atraso y miseria se mantendrá durante bastante tiempo, ya sea por las guerras de independencia, luchas civiles, época rosista y desorganización en todo momento, que impedirán que se lleguen a concretar los objetivos de los hombres de Mayo. Sólo las mujeres pertenecientes a las clases “acomodadas” serán las únicas beneficiadas con los progresos del país, sin embargo sin distinción de clases, ni de color, todas por igual, en estos tiempos revolucionarios darán muestras de su valor, acción e iniciativa.
Será bueno destacar en esta oportunidad la presencia de las “damas patricias”, quienes se vuelcan generosamente en ayuda de las autoridades, con todos los medios a su alcance, una vez que se instala la Junta Gubernativa. Figuran entre las más desprendidas doña Casilda Igarzábal de Rodríguez Peña, Bernardina Chavarría de Viamonte, esposa del general Juan José Viamonte, Manuela O de Soler, María Ignacia de Riglos, pero una de las más fuertes donantes es Juana Pueyrredón de Sáenz Valiente , hermana de Juan Martín de Pueyrredón y promotora de la fuga de éste a Brasil, con el objetivo de salvarle la vida.
Pero no son sólo las porteñas las que colaboran para equipar el ejército libertador, las mujeres del interior también participan con sus donaciones. Y vemos cómo sanjuaninas, mendocinas, salteñas, correntinas, tucumanas, cordobesas, santiagueñas y puntanas responden con un desprendimiento conmovedor. Debería enunciar una inmensa lista de mujeres, pero sólo voy a mencionar a aquéllas que son más conocidas o recordadas por su desempeño o por llevar el apellido de hombres ilustres de nuestra patria: Magdalena G. de Tejada, Tiburcia Haedo de Paz y Lorenza Luna. Luego se agregarán Tomasa de la Quintana y una de sus hijas Remedios, futura esposa de José de San Martín, Carmen Quintanilla de Alvear, Mariquita Sánchez . Pero si de valor, entrega y heroísmo se trata, qué mejor que mencionar a las damas salteñas, destacadas en la guerra gaucha y de su osadía para sacar información de los oficiales españoles para colaborar con la causa criolla: como Martina Silva de Gurruchaga, Juana Moro, Magdalena Güemes de Tejada , María Petrona Arias, excelente jinete que se ocupa de llevar correspondencia y dedicarse al espionaje y la hermosa Carmen Puch, esposa de Güemes.
Muchas de ellas fueron hechas prisioneras y sufrieron injurias, azotes y golpes en las cárceles, como también confiscación de tierras, bienes, joyas, persecuciones y destierros. Las mujeres, especialmente de Salta y Jujuy expusieron sus vidas en arriesgadas misiones, alentaron a los patriotas y en algunos ratos libres cosían y remendaban las ropas para el ejército.
Las mujeres de esos años componen un friso de reminiscencias clásicas. Ellas representaron en el Norte, lo que en las guerras modernas representan los movimientos de resistencia clandestina. Eso sí, sin sospecharlo ayudaron a dejar escrita la historia de su tierra, para quedar después definitivamente olvidadas.
María Inés Fernández
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