Los últimos días de San Martín; entre la enfermedad y el milagro de su estatua en Boulogne sur Mer
El 17 de agosto de 1850 marcó el final de las luchas de San Martín, el ilustre Libertador, quien, aquejado por afecciones gástricas, cataratas y reuma, dejó su legado. Un vistazo a los eventos que rodearon su despedida y el curioso origen de su monumento ecuestre en la ciudad donde descansó.
En los albores del 17 de agosto, San Martín, símbolo de la independencia sudamericana, inició sus últimas horas en Boulogne Sur Mer, un escenario costero frente al Canal de la Mancha que albergaba unos treinta mil habitantes. Enclavado en una región de belleza escénica, este rincón urbano se llenaba de vida durante los veranos, cuando visitantes ingleses buscaban la cura en sus baños de mar. Es en esta geografía que los destinos se entretejen y un protagonista histórico se dispone a cerrar su capítulo final.
A sus 71 años, el distinguido general compartió con el líder peruano Ramón Castilla las penurias de su salud, agobiada por males gástricos, cataratas y problemas reumáticos, arrastrados desde los días del arduo cruce de los Andes. Su resistencia ante la enfermedad no fue suficiente para enfrentar el clima frío y húmedo que dominaba la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, donde vivió sus últimos momentos.
En la Ciudad de la Luz, el brillo de San Martín no se apagó por completo. Enfrentó los desafíos de la salud con tenacidad, buscando en París el alivio para sus cataratas. La perspectiva de una operación se posponía hasta que estas madurasen, dejándolo a merced de su propia vista. Sus esfuerzos por mejorar su condición se extendieron a la localidad de Evry sur Seine, donde compartió días de camaradería con amigos y familiares, rodeado de naturaleza y tranquilidad.
Pese al deterioro de su salud, San Martín siguió escribiendo su propia historia. Recibió en su casa a prominentes personalidades, como Domingo F. Sarmiento y Juan Bautista Alberdi, dejando un legado de conversaciones y encuentros que cruzaron continentes y generaciones.
El ocaso de su vida lo condujo a Boulogne sur Mer en dos etapas, primero en 1848 como refugio de la turbulencia revolucionaria y luego en 1850 para preservar a su familia de las convulsiones políticas. Sin embargo, la penumbra de la enfermedad no opacó su espíritu, y aún en sus últimos días, San Martín mantuvo la esperanza y el interés por los acontecimientos mundiales.
El 17 de agosto, San Martín encaró su ocaso con serenidad. Lúcido, aunque en medio de dolores, compartió un almuerzo frugal en compañía de sus seres queridos. Pero las inclemencias de su salud marcaron un punto de no retorno. Fue un día de despedidas silenciosas y momentos de íntima reflexión, donde el gran hombre enfrentó la tempestad que lo llevaría finalmente al puerto de su descanso eterno.
La figura de San Martín no se desvaneció con su partida. Su memoria quedó grabada en la historia y la cultura argentina. Se erigieron monumentos y se promulgó el 17 de agosto como el Día de San Martín, un tributo que perdura hasta nuestros días. En 1909, Boulogne sur Mer rindió homenaje al general con una estatua ecuestre, un emblema del vínculo que une a dos naciones.
La estatua resistió las adversidades, incluso sobreviviendo a los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial. Un monumento que se alzó en un rincón francés y que hoy, más de un siglo después, sigue contando la historia de un hombre cuyo legado se entrelaza con la melancolía de la distancia y la grandeza de su visión.
La vida y los últimos días de San Martín, marcados por la enfermedad y la lucha interna, se convirtieron en un testimonio perdurable de su compromiso con la libertad y su amor por la patria. Su figura permanece viva en la memoria colectiva, un faro de inspiración para las generaciones venideras.
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