La Fotografía
Por; Omar Granelli
La tarde se presentaba especial para compartir un té con una de sus amigas, tal vez con la que congeniaba más y con la que solía mantener interesantes y amenas conversaciones. El encuentro no se hizo esperar pues fue suficiente que la llamara por teléfono para que Cecilia, como se la conocía, se hiciera presente en su departamento sin más ni más. La dueña de casa se encargó de preparar el té en lujosas teteras de porcelana china y lo sirvió en tazas del mismo origen haciendo juego, sobre una mesa ratona del living cubierta con un mantel de linón y complementando el servicio de mesa con dos platos conteniendo budín inglés uno y masas secas el otro. Cecilia, al ingresar al hogar de Fernanda, su anfitriona, había traído como obsequio un álbum de fotos recién editado, con las últimas novedades reproducidas en el mundo firmadas por famosos fotógrafos. Ese regalo fue precisamente el motivo de la charla principal que mantuvieron durante el té ambas amigas, prevaleciendo Cecilia por su condición de crítica de arte y por ser quien propuso el tema con su gesto. Comenzaron por recorrer el álbum de fotos famosas hojeando página por página y extasiándose con su contenido. A medida que iban avanzando en la revisión vivían un placer visual incomparable, en especial Fernanda a quien nunca se le había ocurrido algo tan sencillo como mirar fotos y nunca supuso que se vería cautivada por dicho motivo. Es posible que el suntuoso fluir de colores, luces y sombras y la exposición a través de imágenes de aspectos culturales, diversidad de religiones, diferentes lenguas y variedad de costumbres, sumados a los comentarios autorizados de Cecilia hayan contribuido a ese arrobamiento. Esas fotos, producto de la paciencia y la percepción de sus autores, se hacían más auténticas en la voz de Cecilia que seguía entusiasmada analizando y profundizando el sentido artístico de cada una. Así explicaba que el vértigo de la propia existencia que acompaña a los seres humanos se paraliza por un instante que la fotografía rescata, inmoviliza y perpetúa en la imagen. Por momentos, ese tránsito fotográfico admirable que se originaba al pasar de una foto a otra, más el apunte crítico de Cecilia, hacía que Fernanda comenzara a divagar comprometida en un viaje imaginario que se iba insinuando en su mente, y a pesar de que realmente no era lo que las fotos mostraban, la profundidad de esas obras de arte producía el milagro de la contemplación. Pero esto duró solo unos segundos porque el gran talento de los respectivos fotógrafos provocadores del shock la restituyó a la realidad pues suele ocurrir que al pasar el primer sopor, la curiosidad se vuelve estática, se concentra en la propia fotografía y nace en ese deseo candente de gozar de esa versión que el autor con una sola toma capturó en un mensaje, una situación, una visión, al fin de cuentas. Cecilia fue explicando: “las fotos no reparan ni se arrepienten de su antigüedad, ni se asustan por el avance de la modernidad, y les basta con sus bellezas conceptuales y artísticas para desactivar la posibilidad de bañarse en color sepia, como podría ocurrirles con el paso de los años. Entre taza y taza de té repetidas y saboreando parte de los dulces que lo acompañaban, ambas mujeres se regodeaban por segunda vez observando detenidamente cada hoja del álbum en la cual se reproducían las fotos seleccionadas por expertos. Esa presentación plasmaba en cada una de sus instantáneas un aspecto singular obtenido por el ojo quimérico del fotógrafo, y así como el artista plástico lo propone en sus cuadros, la interpretación y el significado de la obra presentada queda a criterio del observador interesado o entendido en la materia. Por otro lado, parece que no es ajena a su deseo de vivir esa experiencia fotográfica la labor de quien las ha fijado en el papel y su propia capacidad especial para arriesgar en algunos casos hasta su integridad física para llevar adelante su afición, no exenta de un talento innato y de una preparación profesional con estudios complementarios y especialización en variados temas como los relacionados con la naturaleza, la ingeniería del arte y nociones de cultura general. Entre tantas disquisiciones habría que preguntarse a qué conclusiones llegaría la asombrada Fernanda al embelesarse mirando la expresión de los ojos de ese niño maravillosamente captado en una de las fotos, o la naturalidad de una madre amamantando a su hijo, la belleza de un árbol frondoso ofreciendo generoso la sombra que proyecta su follaje sobre el peregrino y fatigado caminante, el sufriente rictus de un minero con su cara tiznada saliendo de la mina carbonífera, el grito eufórico del jugador de fútbol festejando su magnífico gol, la riqueza ornamental de una flor solitaria luciendo dentro de un modesto florero, la abundancia de la naturaleza exhibiendo orgullosa campos ocupados por frutos listos para ser cosechados, o la frutera completa de bananas, peras, duraznos y manzanas con un brillo y colorido especial. Después del té, de las conclusiones y hasta del estupor, la tarde se despedía de la misma manera que lo hicieron las dos amigas que con verdadera empatía habían explorado innumerables fotos, y ahora se despedían conformes por el resultado de la visita y la buena compañía. Cecilia se fue satisfecha y Fernanda lo sintió del mismo modo por lo útil que le había resultado el encuentro. De inmediato, en soledad, la dueña de casa se dedicó a poner orden en las cosas empezando por guardar el álbum, recuerdo de su querida amiga, en un lugar que ofreciera la mayor seguridad posible. De hecho, intentó ubicarlo en el placard de su escritorio, en un estante a tres metros de altura y encima de una caja de cartón. El destino hizo su juego y un descuido proveniente más bien por un brusco movimiento de Fernanda produjo la caída del álbum y de la caja al suelo de la habitación. El álbum aparecía abierto y muy maltrecho y la caja con su tapa bien lejos y su contenido desparramado por doquier. Fernanda, desesperada, se arrodilló frente a aquella confusión de las fotos familiares que reservaba la caja hasta un instante antes y del álbum dañado, y no atinó a nada. Quedó paralizada al enfrentarse con esa área bastante extensa cubierta por las fotografías tan apreciadas. Fue un momento de inocencia que la llevó a ese extremo impensado de romper la frontera de la prudencia y se vio obligada a ver esparcidas por el piso, en absoluto desorden, las fotos íntimas que no tenían la categoría ni el galardón de las que había visto en el álbum, pero en cambio tenían la humildad de su blanco y negro, de ser ella la autora de la mayoría, de haberlas visto nacer en una bandeja de revelado en el laboratorio respectivo, y observar con desconsuelo la mirada de su madre, el visaje adusto de su padre y la alegría de su hermanita. La madurez emocional había superado la crítica enaltecedora.
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