INICIO BOEDO HOY COMO AYER
HOY COMO AYER

HOY COMO AYER

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Se sorprendió al encontrar el viejo café tal como lo recordaba. Habían pasado tantos años… Entró, se sentó a una mesa junto a la ventana, y se entretuvo recordando tiempos idos mientras saboreaba un humeante café. La palmada en la espalda lo sacó de sus ensueños y al levantar la vista, se encontró con una espléndida mujer que le sonreía amistosamente.

-Pero che, no me digas que no me reconocés. Soy la hija de doña Carola, tu vecina de al lado…-, y sin esperar respuesta, se sentó frente a él.
Roberto, con los ojos como platos, recorría la figura femenina: las caderas rotundas, el pelo largo y cobrizo, y unos pechos… ¡mamita, qué pechos!
Cuando recobró el habla, la saludó efusivamente y llamó al mozo, que los observaba con mirada socarrona, para pedirle un café para su amiga.
-¡Cuántos años, Roberto! Desde que terminamos la secundaria, no? Ustedes se mudaron ese fin de año, me acuerdo patente. ¿Y qué andás haciendo por el barrio, trabajás por acá?
-No, no. Me asocié con unos amigos y tenemos una inmobiliaria chiquita en Belgrano; vine a ver un cliente que quiere vender unos galpones por aquí cerca y cuando vi el café, no me pude resistir a entrar. Son tantos recuerdos…

-Y claro, siempre veníamos aquí con la barra… Ya no queda nadie conocido en el barrio, los jóvenes se fueron, como vos, y los viejos se murieron. Ah! pero yo resisto, a mí no me van a sacar de acá hasta que me muera.

-Por favor, no digas eso, si estás… estás espléndida. Algo me habían dicho mis hermanas, pero, viste? Uno no se imagina…

-Claro,- dijo ella revoleando la melena mientras sorbía el café y lo miraba por sobre el borde de la taza. –Pero contáme algo de vos. ¿Te casaste?
Roberto sintió que se ruborizaba, sin saber por qué. Se acomodó el nudo de la corbata, que estaba impecable y mirando hacia la calle, negó con la cabeza.
-No te puedo creer, mirá que vos eras un ganador con las minas. No había una que se te resistiera. Yo siempre…- Se calló sin concluir la frase, dejando en el aire una
insinuación casi palpable, que Roberto prefirió ignorar.
-¿Y doña Carola, como está?- preguntó sin que le importara la respuesta. Ella lo miró en silencio, tamborileando las largas uñas rojas sobre la mesa gastada.
-¿Vos no sabías nada, no?
Roberto no supo qué contestar. Ella rió sin alegría.
-Y bueno, la vida es así. A veces nos sorprende, como a vos ahora.
Él hubiera querido contestar algo que no la hiriera, pero se había quedado sin palabras, sin esa labia que tanto le alababan sus amigos. Sacó la billetera y dejó unos billetes sobre la mesa mientras decía: ¿Salimos?
La tarde agonizaba en la vereda cuando ella lo besó en la mejilla, dejándole un suave aroma a jazmines en la piel.
-Fue un hermoso encuentro, Roberto. Espero que me recuerdes siempre con cariño.- Se dio vuelta para alejarse, y así, de espaldas, escuchó la voz emocionada de Roberto, que le decía:
-Yo siempre te quise, Juan Carlos… Adiós.

SILVIA NORA MARTINEZ

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