EL PERIODISMO BARRIAL EN BOEDO TAMBIEN TIENE SU HISTORIA
Parafraseando el título del libro que reproduce los escritos que el periodista Enrique Pérez Marilú (Silvestre Otazú) volcara en sucesivas ediciones del diario Clarin en 1950 y que bajo el título de Boedo también tiene su historia publicara la Junta de Estudios Históricos de Boedo en edición de “Papeles de Boedo” (1ª etapa),tomando como fuente la historia allí narrada, nos detendremos en el capitulo 16 del libro, dedicado a la prensa primeriza en el barrio, que sirve para identificar también a un grupo de escritores jóvenes que, lamentablemente, no quedaron en la historia grande la literatura de los años 20, como sucedió con quienes integraron el luego denominado “Grupo de escritores de Boedo” Nos referimos en este caso a quienes si bien supieron recorrer algunas redacciones con sus escritos, solo estuvieron muy corto tiempo agrupados en forma sistemática en el Círculo Literario Almafuerte, con sede en Independencia 3546, editor luego de muy pocos números de la revista Cerebro, donde colaboraron las plumas de Teófilo Olmos, Fernando Gualtieri, Cayetano Oreste, Carlos Delle Ville, Víctor Frágola, Torcuato Imondi, César Garrigós José Felice, Salomón Wapnir y en alguna oportunidad Gustavo Riccio.
En este caso vamos a reproducir, por la pintura de Boedo que representa, uno de los relatos cortos de José Felice, en su libro Muchachos de Boedo (1971), que concluye con un capítulo que llamó “Hilvanes” en recuerdo, precisamente, de aquellos compañeros.
Los novios de la luna, titula este pequeño relato que tiene como uno de sus protagonistas a Gustavo Riccio. Escribe Felice:
Frente a frente, separados por una mesa donde hay botellas de Pinoc, ya apuradas y el desecho de pizza, longaniza e higos secos, Carlos Delle Ville y Gustavo Riccio eran los últimos demorados en el restaurante Pinín, aquella noche de invierno.
Poco antes se había separado de ellos el grupo de amigos con quienes disfrutaron la alegre francachela y que eran los habituales compañeros en las vespertinas reuniones del café Dante o en los nocturnos paseos por las calles de Almagro.
Gustavo Riccio no había publicado aún los auríferos versos de sus dos libros y Delle Ville –que más tarde editara y dirigiera en Balcarce el periódico “Justicia”, de prosa en su mayor parte audaz y tremebunda- desembridaba su fantasía atropellando algunas reglas poéticas para no perder un solo gramo de su desorbitada exuberancia lírica.
Aquella noche el vino bebido con algún exceso hacía que los proyectos para un futuro cercano y las confidencias sentimentales se sucedieran en tropel. Y en fruitiva embriaguez de dolores recordados y desencantos vividos, como dos viejos que añoran la lejana juventud, se tomaban de las manos y musitaban descorazonados los ¡ay!, ya dejando Riccio su pipa, ya interrumpiendo Delle Ville el engullir de un bocado de pan.
Y ya tarde, a las dos, después de haberse confiado todas sus cuitas, salieron del restaurante, tomados del brazo, cabizbajos y tristes.
En la calle solitaria, cuyo silencio rasgaban los ladridos de algún perro alerto, con tácito acuerdo elevaron una larga mirada al cielo.
– ¡Qué hermosa es la Luna! – exclamó Riccio.
– – La novia que nos queda- dijo Delle Ville levantándose el cuello del sobretodo. Y agregó – : Hace mucho frío, Gustavo.
– – No importa- contestó su acompañante- Démosle nuestro amor a ella.
– Y ambos arrojaron a la Luna la escala de un loco ensueño con peldaños de versos que se esfuman como una sonrisa de Pierrot.
José Felice
“Los muchachos de Boedo”, pag. 64
Por: Aníbal Lomba
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