El Obelisco cumple 87 años: historia de un símbolo de la ciudad
El monumento emblemático de la capital argentina celebra su 87º aniversario desde su inauguración el 23 de mayo de 1936. Fue concebido como un homenaje a los 400 años de la primera fundación de la ciudad en 1541, y su creación estuvo a cargo del intendente Mariano de Vedia y Mitre. Sin embargo, solo tres años después de su construcción, el Concejo Deliberante decretó su demolición, lo que fue evitado gracias a los esfuerzos del alcalde Arturo Goyeneche.
En ese entonces, el intendente Mariano de Vedia y Mitre, expresó el día de la inauguración: “Será con el correr del tiempo el documento más auténtico de este fasto del cuarto centenario de la ciudad. Dentro de las líneas clásicas en que se erige, es como una materialización del alma de Buenos Aires que va hacia la altura”.
En la década de los treinta, el intendente se encontró con el desafío de cómo conmemorar tan importante acontecimiento. Consideró la idea de construir una escultura, pero surgieron diferentes propuestas, como la de erigir una estatua de Hipólito Yrigoyen en la flamante Avenida 9 de Julio, o rendir homenaje al famoso cantante Carlos Gardel, fallecido trágicamente el año anterior. Sin embargo, el alcalde no estaba convencido. Fue entonces cuando su secretario de Hacienda y Administración, Atilio Dell’Oro Maini, sugirió la idea de construir un obelisco. El arquitecto Alberto Prebisch fue designado para encargarse del proyecto y la obra, y aceptó con entusiasmo. Prebisch, de 37 años y originario de Tucumán, ya había sido el autor de otros destacados edificios en la ciudad, como el Teatro Gran Rex y los cines Gran Rex de Rosario y Lavalle.
El decreto del 3 de febrero de 1936 afirmaba que el Obelisco sería “un monumento que señale al pueblo de la República la verdadera importancia de aquella efeméride, que no existe en la ciudad ningún monumento que simbolice el homenaje de la Capital de la Nación entera”.
Mariano de Vedia y Mitre llevó a cabo importantes proyectos en la ciudad, como la construcción de hospitales como el Argerich, la reconstrucción del Fernández, el ensanche de la calle Corrientes, y las trazas de la avenida Juan B. Justo y la avenida 9 de Julio, cuyo primer tramo desde Bartolomé Mitre hasta Tucumán fue inaugurado en 1937. Durante este tiempo, construcciones coloniales fueron desapareciendo, como la famosa jabonería de Vieytes, donde los revolucionarios se reunían en los días de mayo de 1810.
El Obelisco no estuvo exento de controversias y críticas. Sus opositores consideraban el proyecto como “un monumento estrafalario”, “adefesio” o “bodrio”, y acusaban de negociados y falta de estética. Además, surgió un conflicto legal entre el gobierno municipal y la curia por la iglesia de San Nicolás de Bari, que se encontraba en el lugar donde ahora se erige el obelisco. La iglesia, inaugurada en 1727, había sido testigo de importantes eventos históricos y simbólicos para la nación argentina. Sin embargo, la municipalidad ganó el juicio y en agosto de 1931 se procedió a su demolición. En 1935, se inauguró una nueva iglesia en su ubicación actual, en la avenida Santa Fe al 1300.
La construcción del Obelisco estuvo a cargo de la empresa alemana GEOPE. Los trabajos comenzaron el 20 de marzo de 1936 hasta llegar a una altura de 67,5 metros y una escalera de 206 escalones y siete descansos que conducen a su mirador, fue inaugurado el sábado 23 de mayo del mismo año a las 15 horas. La obra contó con la participación de 157 obreros, aunque lamentablemente uno de ellos, el italiano José Cosentino, perdió la vida durante la construcción. El costo total de la obra ascendió a 200.000 pesos, y su construcción se completó en tan solo dos meses, cumpliendo así la intención del intendente de que estuviera terminada antes del 25 de mayo.
El arquitecto Alberto Prebisch eligió diseñar un obelisco por considerarlo una forma geométrica simple y honesta, inspirada en los obeliscos tradicionales. Cada una de las caras del monumento evoca un momento histórico: la primera fundación de Buenos Aires en 1536, la segunda en 1580, la primera vez que se izó la bandera argentina en 1812 y la federalización de Buenos Aires en 1880.
Sin embargo, los desafíos no terminaron ahí. Los críticos del proyecto, que sostenían que no se había discutido en el Concejo Deliberante, encontraron motivos para volver a atacar cuando, el 21 de junio de 1938, se desplomaron las losas que recubrían el obelisco, posiblemente debido a la vibración del subterráneo, ya que los cimientos del monumento se encontraban sobre la línea B. Aunque este incidente pudo haber sido catastrófico, ocurrió un día después de un acto multitudinario por el Día de la Bandera, evitando así una tragedia.
En junio del año siguiente, los concejales de Buenos Aires votaron, con 23 votos a favor y uno en contra, la ordenanza 10.251 que estableció la demolición del obelisco. Las razones esgrimidas fueron motivos de seguridad, estética y económicos, ya que no se quería invertir más fondos en su mantenimiento.
Según se argumentó, la ley 8855 no permitía la construcción de ningún monumento en todo el trazado de la Avenida 9 de Julio, el proyecto carecía de validez legal, tenía un estilo funerario desde el punto de vista estético, y su revestimiento no garantizaba la seguridad. Por lo tanto, se decidió demoler el obelisco hasta el nivel del suelo.
Recién en ese momento intercedió el presidente Roberto Marcelino Ortiz, quien afirmó que el Obelisco era un monumento para conmemorar un acontecimiento importante como la primera fundación de Buenos Aires, y que el intendente porteño era simplemente un delegado del gobierno nacional. Además, el Ministerio de Obras Públicas porteño se haría cargo de los costos de reparación. El intendente Arturo Goyeneche vetó la ordenanza y se reemplazaron las losas del obelisco por mampostería, aunque en el apuro se eliminó la inscripción que mencionaba a Prebisch como el arquitecto de la obra.
El Obelisco, como se lo llamó porque “había que llamarlo de alguna manera”, según el propio arquitecto, ha sido testigo de numerosos acontecimientos memorables y desgracias a lo largo de su existencia. Se ha convertido en la materialización del alma de la Ciudad de Buenos Aires, tal como fue descrito en su nacimiento. Aunque ha enfrentado controversias y amenazas de demolición, el monumento se mantiene en pie como un símbolo emblemático de la ciudad y un recordatorio de su historia y evolución a lo largo de los años.
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