Este año se declaró en el ámbito de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires: “2014, Año de las Letras Argentinas” y los papeles oficiales llevan dicha inscripción; el cual implica; repensar el valor de nuestras palabras, que se conforman por letras y cada una nos devuelve, a una forma de comunicarnos entre todos.
Las letras resuenan (con sonido o no) en cualquier ámbito, llenándonos de intriga, suspenso, emoción, alegría y sorpresa, entre otras emociones.
Las mismas transmiten algo, algo a decir, algo de nuestro pensar….algo; y el puente de transferencia será por medio de la voz o de la misma acción de leer.
Recordemos que la Lectura es una faceta del proceso comunicativo global, que adquiere una importancia vital a medida que el individuo madura y la cantidad de material (impreso o no) que prolifera en el mundo.
Es una actividad que permite traspasar información, divertir, provocar placer, desarrollar agudeza crítica, sensibilidad, curiosidad, ilusión y sabiduría.
Por eso, es propio de la lectura, que nos formulemos hipótesis sobre lo leído. Es decir, que mientras leemos necesitamos producir inferencias y hay autores que estiman que las inferencias son el núcleo del proceso de comprensión; y por esta razón, ellas constituyen el centro de la comunicación humana y sirven para unir estrechamente las entradas de cada párrafo en un todo relacionado. Con frecuencia las inferencias mismas son el punto principal del mensaje, como sucede en nuestra vida cotidiana, ya que es fácil entender que, en los discursos orales y en los discursos escritos, interpretamos mucho más de lo que se dice o de lo que está escrito.
La leyenda citada, nos lleva a replantear la poca lectura que se realiza, el escaso uso de libros en general y de buenos libros en particular, la exigua o ninguna lectura de autores reconocidos. Justamente la ley propone celebrar el recuerdo del natalicio de grandes escritores argentinos, como Julio Cortázar y Adolfo Bioy Casares, los cincuenta años de Mafalda, los ciento sesenta años de Pedro Palacios “Almafuerte”, los ciento cuarenta años de Leopoldo Lugones, los ciento quince de Jorge Luis Borges, los ochenta de Tomás Eloy Martínez, los setenta de Roberto “el negro” Fontanarrosa y los ochenta años de Argentores. Es valioso el legado que ellos y muchos otros, nos han dejado a través de sus obras reconocidas a nivel internacional.
Tampoco podemos dejar de mencionar al reciente fallecido, Gabriel García Márquez que tanto brindo al mundo con sus obras literarias.
Es un año clave para las Letras, para la palabra, para las lecturas, para los autores… y para todos los que cada día Leemos.
Muchas veces desde esta columna se propone leer para disfrutar, para soñar, para aprender y, merecidamente para traer y atraer a los niños y jóvenes al gusto por la lectura, pretendiendo, en principio, acercarlos a buenos textos.
La experiencia de aprender a leer de manera aburrida hace que los chicos vean ese hecho como algo ajeno a sus intereses, como una tarea impuesta que no les proporciona gozo ni ninguna otra satisfacción valiosa, una actividad que, si bien es potencialmente útil para el futuro, exige demasiado a cambio de lo que puede brindar en ese momento. Es sabido, que en gran medida la gente sólo lee cuando realmente le interesa lo que está leyendo, por lo tanto, todos los esfuerzos, desde el mismo principio de la enseñanza de la lectura deberían ir dirigidos a ese objetivo.
Necesitamos que el niño desee aprender a leer y esto no consiste precisamente en el conocimiento de la utilidad práctica de la lectura, sino en la firme creencia de que saber leer le abrirá un mundo de experiencias nuevas para su mente y su imaginación, es decir leer para aprender, para despojarse de su ignorancia, para comprender el mundo, para proyectar su destino.
Los chicos deberían aprender a leer y leer para aprender utilizando textos que ellos consideren dignos de su atención y de sus esfuerzos, y el material de lectura no sea sólo interesante y atractivo sino que, lo que es más importante, posibilitarles panoramas cautivadores.
El placer del hombre por la lectura, en general, resulta inocultable, el lenguaje y la lectura hacen posible cierto tipo de risa, de felicidad que permiten la distorsión y el jugueteo con el sentido, la ironía y el humor.
Vivenciemos con gran elevación intelectual, el año de las letras y aprovechemos la diversidad de lecturas posibles.
Las letras, sea cual sea su idioma a través de la palabra, siempre estará vigente. En consecuencia, el libro como principio no morirá nunca, cualquiera sea su soporte físico, siempre habrá de perdurar mientras los textos, los signos y los relatos existan en la cultura de los hombres.
Lic. Prof. Mariela C.G. Méndez
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